En un rincón del bar de vinos, bien chido y con luces tenues, tres comadres estaban sentadas alrededor de una mesa de madera fina, riéndose a carcajadas y brindando con sus copas. Eleonora, de 48, con canas plateadas en su cabello castaño, se recargaba en su silla, dando vueltas a su Merlot. Viviana, de 42, con ojos verdes bien vivarachos, jugaba con el pie de su copa. Margarita, de 50, toda elegante con su saco sastre, tenía esa vibra de jefa segura de sí misma. Eran amigas de años, unidas por secretos y corazones rotos, y ahora se echaban la platicada mensual pa’l chisme: desmenuzar a los ex que la regaron feo.
“¡Ay, Dios, acuérdense de Ricardo!” arrancó Eleonora, con un tono de burla pura. “El cuate pensaba que el pre era guiñarme un ojo y darme una palmadita en la espalda. De verdad, terminaba antes de que yo siquiera me diera cuenta de que ya íbamos en serio.”
Viviana soltó una risotada, casi tirando su Pinot Grigio. “¡Órale, qué suave! Eso es nada. Mi Pablito, el ‘artista torturado’, creía que susurrarme poesías chafas era suficiente pa’ ponerme a tono. Una vez me dijo: ‘Tus ojos son como… avena aguada.’ ¡Por poco lo aviento por la ventana!”
Margarita alzó una ceja, con una sonrisita pícara. “Puros principiantes. Mi ex, Carlos, tenía su rutina: velitas, vino de a diez pesos, y luego me pedía que le ‘calificara la actuación’ después. ¡Como si fuera su reseñadora de internet! Dos estrellas, mi amor, y eso es siendo buena onda.”
Las tres se soltaron riendo, haciendo que las mesas de al lado las voltearan a ver. Eleonora se acercó, bajando la voz como si fuera a contar un secreto gordo. “Pero Ricardo… ése se llevaba el premio. Una noche quiso ‘ponerla interesante’ con un jueguito de roles. ¡Se puso un sombrero de vaquero, sí, de vaquero, y me llamó ‘mi reinita’ mientras intentaba lazarme con su cinto! Me quería morir de la pena.”
Viviana abrió los ojos como platos, tapándose la boca. “¡No mames! ¿Peor que la obsesión de Pablo con los espejos? Los ponía alrededor de la cama pa’ verse a sí mismo. Juro que estaba más enamorado de su reflejo que de mí.”
Margarita dio un sorbo a su vino, con la mirada perdida. “Carlos no se quedaba atrás. Insistía en dejar la luz prendida, no por mí, sino porque quería ‘admirar su cuerpazo’. Y yo ahí, pensando si podía fingir un dolor de cabeza pa’ escaparme al sillón.”
Eleonora levantó su copa. “Por los amantes chafas y las historias que sobrevivimos.”
“Por librarnos de sus pendejadas,” agregó Viviana, chocando su copa.
“Y por nosotras,” remató Margarita, con voz cálida. “Porque somos demasiado chidas pa’ sus mediocridades.”
La noche siguió, las historias se pusieron más subidas de tono, cada una con su mezcla de risa y picardía, prueba de que ellas siempre salían adelante. El vino no paraba, las risas se hacían más fuertes, y los fantasmas de esos amores pasados se desvanecían en la neblina de su complicidad.
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